San Pablo y los atlantes

“ ... el relato ... puede ser comenzado con una descripción de Suernia, llamada ahora Hindostán, y Necropan o Egipto, las naciones más civilizadas que no estaban bajo la supremacía de Poseidonis.
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Suernia y Necropan poseían una civilización que ahora percibo era pareja con la nuestra, aunque muy diferente. Pero porque apenas poseía un punto sobresaliente con la de Poseidonis (capital de la Atlántida, también conocida como Poseidópolis), la gente de este ultimo país la miraba con burla cuando hablaban de esta civilización entre ellos. Pero eran muy respetuosos en su comportamiento hacia estos pueblos, por razones que enseguida se podrán ver.
Las diferencias entre las dos civilizaciones contemporáneas yacía en el hecho de que mientras los poseidonios tendian al cultivo de las artes materiales, de las ciencias relativas a las cosas materiales, y se contentaban con aceptar sin discusión la religión de sus ancestros, los suernios y los necropanos prestaban poca atención a lo que no fuera primordialmente oculto o de significación religiosa - principios prácticos verdaderamente, leyes ocultistas que tuvieran un soporte en lo material - pero no obstante, no se preocupaban de los objetos materiales excepto en lo que se refería al adecuado mantenimiento de la vida. Su regla de vida se resumía en el principio de no prestar atención a la vida alrededor de ellos, pero al descuidar el presente se esforzaban por el futuro. El principio vital de Poseidonis era extender su dominio a todas las cosas naturales. Existían los que filosofaban sobre el espíritu de los tiempos, los teorizantes de Poseidonis, y éstos trazaban un pronóstico del destino atlante. Señalaban el hecho de que nuestros espléndidos triunfos en el mundo físico, nuestras artes, ciencias y progreso, dependían absolutamente de la utilización del poder oculto extraído del Lado Nocturno de la naturaleza (Navaz).
Seguidamente este hecho fue comparado con el de que los misteriosos poderes de los suernios y los necropanos debían su existencia a este mismo dominio de lo oculto, y la conclusión era que con el tiempo nosotros también dejaríamos de preocuparnos del progreso material y dedicaríamos nuestra energía a los estudios ocultistas. Sus predicciones eran extremadamente sombrías como consecuencia de esto; no obstante, mientras el pueblo escuchaba respetuosamente, el fallo de estos profetas en sugerir una solución les hizo ser considerados hasta cierto punto como objetos de desprecio disimulado. Cualquiera que encuentre falta en un estado de cosas existente y se confiese incapaz de sustituirlo por algo mejor, ciertamente se enfrentará al ridículo público.
Nosotros, como poseidonios, sabíamos que las naciones misteriosas al otro lado del mar poseían habilidades que virtualmente empequeñecían nuestros logros, tales como nuestra capacidad para viajar por el aire o las profundidades marinas, nuestros veloces coches, nuestros barcos de superficie y submarinos. No, ellos no tenían tales comodidades, pero no tenían necesidad de ellas para proseguir sus vidas y, por lo tanto, tal como suponíamos, no deseaban tales artefactos. Quizá nuestra burla era más fingida que real, porque en nuestro pensamiento mas sobrio reconocíamos, con no poca admiración, su supremacía.
¿Que importaba que pudiéramos hablar y ver y oir y ser vistos por aquéllos con los que deseáramos comunicarnos, y esto a cualquier distancia sin cables, sino sobre las corrientes magnéticas del globo? Ciertamente, nosotros nunca conocimos el dolor de la separación de nuestros amigos; podíamos atender las demandas del comercio, y transportar nuestros ejércitos en tiempo de guerra con un despacho que daría la vuelta al mundo en un día; todo esto siempre que nuestros aparatos mecánicos y eléctricos estuvieran a mano. Pero, ¿de qué servía toda esta espléndida habilidad?.
Encerrad a uno de los más sabios Xioqueni (científicos) en una mazmorra, y todo su conocimiento no serviría de nada; él no podría, privado en esta forma de sus artefactos y ayudas, esperar ver, u oir o escaparse sin ayuda externa. Sus maravillosas habilidades dependían de las creaciones de su intelecto. No ocurría así con Suernia o con Necropan. Cómo frenar a alguien de este pueblo, ningún poseídonio supo nunca. Encerrado en una mazmorra, podría levantarse y salir como Saulo de Tarso, podía ver a cualquier distancia, y sin ayuda del naim (videoteléfono); oir igualmente sin un naim; pasar entre los enemigos, y no ser visto por ninguno de ellos.



¿De qué servían pues, nuestros logros cuando se oponían a los de Suernia o Necropan? ¿De qué servían nuestros instrumentos de guerra contra tal gente, cuando un solo hombre de ellos, mirando con ojos donde brillaba la luz terrible de una fuerza de voluntad, hacía retroceder a las invisibles fuerzas del Lado Noctumo, podía hacer que nuestros enemigos se secaran como hojas verdes ante el calor del aliento de fuego?. ¿Tenían algún valor los misiles aquí?. Ninguno, cuando la persona a quien iban dirigidos podía pararlos en su veloz recorrido, y hacerlos caer como astillas a sus pies? ¿De qué valían los explosivos, más poderosos que la nitroglicerina, lanzados desde un vailx (nave voladora de los atlantes) situados a kilómetros sobre la bóveda celeste?. Nada en absoluto, porque el enemigo, con mirada presciente y perfecto control de las fuerzas del Lado Nocturno que nosotros no conocíamos, podia parar al destructor lanzado, y en vez de sufrir daño podía aniquilar a ese vehículo aéreo y a su tripulación. Un niño que se ha quemado teme al fuego, y en tiempos pasados, nosotros habíamos tratado de conquistar a estas naciones, y habíamos fracasado lastimosamente. Rechazarnos fue todo lo que ellos trataron de conseguir, y triunfantes sobre nosotros en esto, se nos dejó ir en paz.
A medida que los años se convirtieron en siglos, nuestros "hábitos también se convirtieron en defensivos solamente, nunca más ofensivos, y debido a este cambio por parte de Poseidonis, nacieron relaciones amistosas entre las tres naciones. 
Atla había aprendido al menos tanto del secreto como para esgrimir las fuerzas magnéticas para destruir a sus enemigos, y había abandonado los misiles, los proyectiles, y los explosivos como armas defensivas. Pero el conocimiento de los suernios era todavía mayor. Mayor porque nuestros destructores magnéticos esparcían la muerte sólo sobre áreas restringidas circunadyacentes al operador, los suyos funcionaban en cualquier punto, aunque estuviera muy lejos. Los nuestros destruían indiscriminadamente todas las cosas en la localidad condenada; las cosas inanimadas, así como las animadas; los hombres, tanto si eran enemigos como amigos; los animales, los árboles —todos estaban condenados. 
Sus proyectiles eran lanzados bajo control, y se estrellaban en el corazón de la fuerza opositora, sin destruir la vida innecesariamente; ni tampoco molestando a ningún enemigo excepto a los generales y dirigentes de sus fuerzas ... 

Habitante de dos planetas o la División del Camino: Phylos, El Tibetano